Estamos en pleno siglo XXI y aún las mujeres somos castigadas por hablar. No importa qué digamos, cómo lo digamos ni dónde lo digamos, expresarnos es casi un acto de resistencia en sociedades patriarcales. Y las tecnologías, que no son ni creadoras de la violencia contra las mujeres ni tampoco serán su solución mágica, han permitido darle fuerza a los discursos y acciones machistas, sexistas y misóginas (por no entran en el tema de la homofobia, del racismos u otros).

La académica británica especialista en el mundo clásico, Mary Beard, en su discurso Oh Do Shut Up Dear!, ya hacía una interesantísima exploración de las muchas maneras en la que los hombres han silenciado a las mujeres desde la antigüedad. En su recorrido histórico, que nos lleva por la literatura clásica de Homero hasta el mundo contemporánea de los trolls y comentaristas digitales en redes sociales, Beard manifiesta que el discurso público es la expresión reputada de la masculinidad, mientras la voz femenina ha sido considerada como “estridente”, un mero “chillido” o un “lloriqueo”. Y aunque esto parezca una exageración, las miles de historias que escuchamos, conocemos e incluso sufrimos cuando nos expresamos en el espacio público parecen darle la razón.

Y por alguna extraña razón enfermiza, quienes nos quieren silenciar creen que debemos considerar sus ataques como bromas o amenazas inocuas. Es cierto que cualquier persona está expuesta a recibir violencia digital, pero la diferencia gravita en cómo se experimenta esa violencia. Nosotras las mujeres evaluamos la violencia desde nuestra realidad, esa que nos confirma que 1 de cada 3 mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual.

Mucho o todo tiene que ver con el patriarcado, ese sistema sociopolítico y cultural que valora la masculinidad sobre la feminidad, que dicta que los hombres están a cargo y tienen derecho a dominar a las mujeres. Y todos los miembros de la sociedad estamos afectados por él. El patriarcado exige que nos ajustemos a unas reglas de poder “que requieren la supresión de sentimientos, e incluyen una falta de empatía”. Con ello, se perpetúan roles de géneros opresivos y limitantes. Las mujeres somos vistas como débiles, delicadas y una extensión del hombre. En cambio, los hombres tienen que ser fuertes física y emocionalmente, dominantes y el sostén de la familia. Una carga muy pesada y tóxica en un mundo que ha cambiado drásticamente para mujeres y hombres por igual.

La ausencia de voces femeninas en los medios, pero sobre todo en la red, no hace más que trasladar la idea de una sociedad no igualitaria, en donde el poder reside en los hombres

Esa desigualdad es la que genera la violencia de género. Una violencia que está naturalizada, que goza de una gran tolerancia social e institucional, y que representa un problema importante de salud pública. Una violencia que principalmente se ensaña con el cuerpo de las mujeres como un objeto que se puede poseer y disponer según se quiera. Y cambiar este patrón ha sido y es el gran reto de nuestra generación.

Hace dos años atrás lideré un proyecto que buscaba entender cómo se dan las manifestaciones de esta violencia en Colombia y qué consecuencias tiene sobre las víctimas. Para ello, dialogamos con 25 mujeres periodistas de todo el país, un grupo profesional que tiene fuerte presencia en internet. El diagnóstico no mostró nada novedoso, más bien confirmó resultados similares en otras geografías: naturalización de la violencia, pérdida de ingresos por cambios de prácticas periodísticas, altos niveles de estrés, sentimiento de indefensión, internet se concibe como un medio hostil, autocensura, etc.

Y esta violencia de género hacia las periodistas puede entenderse también como un atento a los derechos de las mujeres a la libertad de expresión y a la información. Cuando se entorpece u obstaculiza el acceso a contenidos generados por mujeres, se nos discrimina y se nos niega el acceso a miradas distintas y otros ángulos de la información, a estar representadas, a tener una voz. La ausencia de voces femeninas en los medios, pero sobre todo en la red, no hace más que trasladar la idea de una sociedad no igualitaria, en donde el poder reside en los hombres. Este es el equilibrio que las feministas buscamos restablecer, uno en donde nadie esté por encima de nadie por razón de su género.
 
Con el fin de visibilizar estas violencias y como parte del mismo proyecto surgió “Alerta Machitroll”, una campaña en línea que utiliza el humor para identificar comportamientos que vulneran los derechos de las mujeres a expresarse y compartir opiniones en internet. La idea detrás de esta campaña es desarrollar un contra discurso no violento contra los ataques digital que las mujeres recibimos diariamente en entornos digitales con el objetivo de provocar una reflexión social sobre la violencia de género en línea.

Este es el equilibrio que las feministas buscamos restablecer, uno en donde nadie esté por encima de nadie por razón de su género

La identidad del machitroll, con toda intención, es masculina. Busca parodiar al protomacho, ese estereotipo del hombre fuerte, agresivo y que se cree con poder sobre las mujeres, pero que se manifiesta en internet. Sin embargo, hay que reconocer que, así como cualquier persona está expuesta a la violencia digital, cualquiera puede convertirse en agresora. Con esta aclaración no quiero, ni de lejos, desconocer el papel y responsabilidad del hombre en esta problemática social.

La campaña también ha confirmado lo difícil que es hablarles a los hombres sobre las diferentes violencias que sufrimos las mujeres en el mundo. Pocos se sienten apelados. Y no es para menos, hemos crecido en sociedades patriarcales. Pero también es iluso pensar que no somos machistas o que no recurrimos a algún nivel de agresividad o violencia (ej. coraje) cuando nos encontramos con ideas que retan nuestras creencias y valores. Difícilmente una mujer nace feminista, máxime si consideramos que desde muy pequeñas somos bombardeadas con roles sociales de género (el rosa, las muñecas y las cocinas son para las niñas; el azul, los coches y los deportes son para los niños). Llegar a serlo requiere un constante reconocimiento y evaluación del mundo y de nuestros propios comportamientos.

Esa es la invitación que queremos hacer con Alerta Machitroll y sus contenidos. Es una invitación a reconocer que nuestras ideas y opiniones suelen estar basadas en prejuicios y estereotipos. No obstante, tenemos la capacidad de razonar, de tomar un respiro antes de darlas a conocer, de atacar y de ejercer nuestros privilegios (de género, socioeconómicos, étnicos, etc.) sobre otra persona. No con ello queremos acabar con la diversidad y pluralidad de ideas. Todo lo contrario, queremos que internet sea un espacio donde todas las personas sientan que tienen la misma oportunidad de expresar (y sobrevivir en el intento) que otras.

La identidad del machitroll, con toda intención, es masculina. Busca parodiar al protomacho, ese estereotipo del hombre fuerte, agresivo y que se cree con poder sobre las mujeres, pero que se manifiesta en internet

Y ahí la solidaridad masculina con las luchas de las mujeres cobra un papel importante. Es clave que más hombres rechacen y condenen abiertamente las conductas violentas de sus congéneres. Deben ser líderes contra la violencia de género en sus espacios de influencia, sean privados o públicos. Ese liderazgo no debe suplantar al de las mujeres, sino complementarlo. No queremos que hablen por nosotras. Queremos su solidaridad y apoyo, porque este problema no lo vamos a solucionar si los hombres no ponen de su parte. La igualdad de género no es responsabilidad exclusiva ni única de una parte de la sociedad. Es deber de todos los miembros de la sociedad. Mientras, las mujeres seguiremos con nuestros actos de resistencia ocupando los espacios públicos y aportando nuestra visión del mundo.
 

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