"Los futuros maestros de la tecnología tendrán que ser compasivos e inteligentes. La máquina domina fácilmente lo adusto y lo simplón"

- Marshall McLuhan


“El medio es el mensaje”, decía McLuhan hace más de cincuenta años, tratando de explicar que cada medio en particular, al transmitir una serie de mensajes concretos, condiciona en cierta medida el significado de la información que se recibe [1]. No es menos cierto hoy, a pesar de la llegada abrupta de la era digital y los cambios que ésta ha supuesto para las formas en las que nos comunicamos y nos relacionamos.


Nuestro impulso por estar comunicadas y siempre al día con las novedades nos ha llevado en la última década a usar las herramientas de comunicación y plataformas de difusión, donde la moneda de intercambio son nuestros datos personales. Una vez que metieron el pie en la puerta de nuestros ámbitos privados, desde los colectivos de índole social y política nos dijimos, con a lo sumo una tenue resistencia, que éste era el altavoz que estábamos esperando y el lugar donde teníamos que estar, y que éste era un medio nuevo que nosotras dominábamos mucho mejor que los dinosaurios de los oligopolios mediáticos.


No hay mucha discusión sobre que la plataforma más extendida al día de hoy en la región latinoamericana – en Bolivia al menos con certeza–, sea el Facebook. Es una relación que en principio comenzó con la sutileza de un servicio gratuito que alojaba tus fotos para que las pudieras compartir con tus amigas; algunos años después, y bajo el toque de la varita mágica del monopolio de las comunicaciones, se ha ido convirtiendo en una relación de dependencia y una pérdida de control asimétrica.


Sabemos que algo no andaba bien, pero pensar en cerrar nuestra cuenta de Facebook es cuanto menos problemático. En cuanto a la decisión personal es casi siempre impensable, salvo que se tenga claro que se pasará a gozar del más absoluto ostracismo, y en el ámbito de los colectivos, inevitablemente se argumenta que “necesitamos” de su capacidad de difusión, y es ésa una capacidad muy difícil con la que competir: ¿con que otra plataforma lo reemplazamos?. Se ha convertido casi en un dogma que prescindir de estas empresas que no existían hace quince años supondría perder en cierto grado nuestra capacidad de convocatoria y difusión.


Nos enfrentamos a un panorama que nos exige repensar nuestras elecciones comunicativas y diferenciar una decisión estratégica colectiva, de una cierta inercia atada a la tecnologia. Quizás también nos toca escoger el lugar donde queremos estar en el triángulo entre visibilidad, seguridad y autonomía


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Facebook sólo es un ejemplo más: en general, la visión utilitaria de la tecnología y su ritmo de implantación vertiginoso nos ha impedido tomarnos el tiempo, en lo individual y en lo colectivo, de escoger una herramienta sobre otra, o descartar el uso de alguna plataforma en lugar de otra. Algunos intentos de descentralización y comunicación autónoma tan importantes como los Indymedia se fueron quedando poco a poco en el camino, engullidos por la economía de escala y la facilidad intuitiva que venían de la mano de gigantes como Blogger, Twitter o YouTube.

Al fin y al cabo nos enfrentamos a un panorama que nos exige repensar nuestras elecciones comunicativas y diferenciar una decisión estratégica colectiva, de una cierta inercia atada a la tecnología. Quizás también nos toca escoger el lugar donde queremos estar en el triángulo entre visibilidad, seguridad y autonomía.


El reinado de las plataformas privadas


Por plataformas privadas nos referimos a las herramientas de comunicación que proveen servicios sosteniéndose en un modelo de mercado donde prima el lucro, y cuyo código no se publica con una licencia libre. La mayoría de las plataformas y servicios desarrollados por los emporios de las telecomunicaciones Facebook, Apple, Microsoft, Google, Amazon y Netflix, entre otras, son privadas, como también lo son el conjunto de aplicaciones diseñadas por el mundo estartapero de Silicon Valley.


Por supuesto, las líneas a veces son difusas: todas estas compañías usan internamente software libre, aunque no licencien sus servicios de forma libre. Por otra parte, tenemos comunidades como WordPress, que es un sistema de gestión de contenidos (CMS por sus siglas en inglés) que se publica como sofware libre con licencia GPL, pero al mismo tiempo también es una empresa que da servicios gratuitos y de pago. El hecho de ser el CMS más exitoso (¡3 de cada 10 sitios en internet están montados con un WordPress!) en cierto modo lleva a que exista un mercado subyacente de temas y plugins de pago que en parte está basado en la explotación de una fuerza de trabajo global que es remunerada de forma desigual.


En general, las nuevas herramientas de comunicación, lejos de procurar el empoderamiento de las usuarias e invitar a la participación social en el diseño, construcción y administración, profundizan la división social del trabajo basada en la clase y el género, al mismo tiempo que el extractivismo digital del que se nutren enriquece aún más a las oligarquías ya existentes [2].


La perpetuación de este sistema tecnológico fortalece la existencia y el monopolio de las plataformas privativas y replica el individualismo posesivo, todo lo contrario de la creación de redes comunitarias y solidarias. Sumado a ello, la exportación de productos tecnológicos del Norte hacia el Sur es parte de una larga tradición de opresión cultural que favorece la pérdida del valor del trabajo artesanal individualizado, y minimiza la relación humana entre las diseñadoras, las programadoras y las usuarias. Pero es una constante histórica: la mayor concentración de capitales, tecnología y fuerza de trabajo conducen a la producción en gran escala con técnicas más estandarizadas [3], sencillamente, los cambios en las estructuras productivas de países como Bolivia se ven reflejados en el mundo virtual.


Las nuevas herramientas de comunicación, lejos de procurar el empoderamiento de las usuarias e invitar a la participación social en el diseño, construcción y administración, profundizan la división social del trabajo basada en la clase y el género, al mismo tiempo que el extractivismo digital


En contra de una confusión muy extendida, los nuevos conglomerados mediáticos no son entidades de interés público cuyo objetivo primordial sea garantizar nuestro derecho a la libertad de expresión. Como empresas que son, se deben ante todo a su junta de accionistas, y ante ello, la seguridad y la privacidad de sus usuarias queda en un plano muy inferior.


Debido a la cobertura mediática y el bochorno que supuso para Facebook la exposición de sus dudosas políticas de seguridad, no hace falta exponer los detalles del reciente escándalo de Cambridge Analytica, pero vamos a dejarlo como un ejemplo de la usurpación de datos y la manipulación de la opinión pública (que puede tener consecuencias políticas peligrosas, como viene quedando en evidencia).


Construyendo alternativas al capitalismo tecnológico


Más allá de lo que conlleva la elección de una plataforma de comunicación digital como un mensaje en sí mismo, es necesaria una reflexión y un enfoque de "Tecnologías Apropiadas" [4] en torno a la publicación digital para construir alternativas al capitalismo tecnológico. Ya lo dijimos antes: el monocultivo de plataformas de redes sociales ha devorado la cultura de la autopublicación colectiva, que heredaba de décadas de fanzinaje y samizdat (tanto en lo relativo a los procesos de edición y publicacion como tal, como al tejido de redes que posibilitaba una sindicación y difusión descentralizada).


De cara a plantear una estrategia para revitalizar la publicación autónoma, tenemos que preguntarnos: ¿sigue siendo válida la solución háztelo-tu-misma que venían experimentando los servidores autogestionados?


Desde nuestro punto de vista, la respuesta es un sí rotundo, pero con algunos matices. El primero es que son necesarios ciertos compromisos – del mismo modo que sabemos que toda liberación exige algo de nuestra parte. En lo concreto, estar dispuestas a iniciar ciertos procesos de aprendizaje colectivos que se apartan de lo que ya se conoce. El segundo es que también, desde la mediación tecnológica, tenemos que replantearnos si nuestras herramientas son las más apropiadas y las que los colectivos necesitan, y estar dispuestas a adaptar nuestra caja de herramientas en cada momento.


Continuemos con el ejemplo de WordPress - un software extensible, bonito y muy usable que nos permite hacer casi cualquier tipo de página web. Antes de empujar a otra nueva colectividad a optar por esta herramienta tenemos que plantearnos ¿es un WordPress lo que este colectivo necesita? ¿Cada cuánto van a publicar? ¿Es realmente un blog lo que tienen en mente? ¿Van a poder administrar el spam de los comentarios? ¿Van a actualizar cada uno de los diez plugins que instalen durante el primer mes? ¿Quién va a mantener todo eso?


Desde la mediación tecnológica, tenemos que replantearnos si nuestras herramientas son las más apropiadas y las que los colectivos necesitan, y estar dispuestas a adaptar nuestra caja de herramientas en cada momento


Cuando se tiene un martillo, todo parecen clavos, y es éste uno de los grandes peligros que acechan desde el solucionismo tecnológico [5]. Tenemos que considerar opciones que pueden ser mucho más asequibles y apropiadas a las necesidades de las personas y colectividades, y al mismo tiempo reducen los costes de desarrollo y mantenimiento.


Un claro ejemplo al alza en los últimos años son las páginas estáticas para la publicación digital, en una especie de “revival” del internet de los noventa. Una página web estática se genera aplicando una serie de estilos a un contenido escrito en algún lenguaje de marcado como markdown, y es servida tal cual por el servidor web donde está alojada, lo que permite cachear la página y conseguir grandes mejoras en el rendimiento.


Aplicaciones como hugo, jekyll o pelican permiten aplicar una variedad de temas visuales y acomodar los contenidos en diferentes formatos.


Las páginas estáticas consumen menos recursos y son más seguras: hay menos software que actualizar, son menos propensas a ataques, ocupan menos espacio. Se pueden hacer copias de respaldo de forma descentralizada (esencialmente, son archivos de texto: si las guardamos en un sistema de control de versiones como git, todas las integrantes del colectivo tenemos una copia completa del sitio web).


No se entienda con esto que son la panacea universal: no son un reemplazo para una aplicación web, y hay casos en los que seguiremos necesitando páginas dinámicas y una base de datos. Simplemente, tenemos que plantearnos en cada caso cuál es la tecnología que necesitamos.


El reto que enfrentan las comunidades para montar esta infraestructura, está más bien en la organización social para gestionarlo, y en el proceso de aprendizaje y capacitación para mantenerlo.


En Bolivia, por ejemplo, se está retomando la importancia de la presencia virtual de colectividades feministas principalmente que defienden la tierra y del territorio, y el derecho a decidir de las mujeres, con una visión muy crítica ante el colonialismo digital. Existen algunas experiencias de páginas estáticas autogestionadas, que implican un proceso lento y arduo de organización social y capacitación colectiva en manejo de herramientas informáticas.


A tiempo que se generan estas zonas temporalmente autónomas para la difusión política, también se mantiene la presencia de estos colectivos en plataformas privadas como Facebook. La estrategia aquí es optar por un traslado paulatino a medida que fortalecemos nuestras capacidades, y a la par del avance en el desarrollo, por ejemplo, de gestores de contenidos para páginas estáticas.


Técnicamente, no es tan complicado ni costoso comprar o alquilar un servidor pequeño para alojar algunas páginas web estáticas. El reto que enfrentan las comunidades para montar esta infraestructura, está más bien en la organización social para gestionarlo, y en el proceso de aprendizaje y capacitación para mantenerlo.


Hay un gran reto aquí en lo relativo a los procesos pedagógicos de formación, asesoramiento y acompañamiento en lo tecnológico. En algunos ámbitos muy claros, como la medicina, una comunidad en rebeldía, como las Mapuches o las Zapatistas, han reconocido una carencia, y es la comunidad la que respalda a los jóvenes indígenas para que puedan viajar a la ciudad y estudiar por unos años, para luego regresar a su comunidad.


Quizás nos falten algunos pasos en la mediación para que las comunidades que optan por la autonomía tecnológica puedan abordar el proceso de capacitación necesario para administrar un servidor de forma acompañada y solidaria. Pero lo cierto es que los pasos en esa dirección ya se están dando.


Por la autonomía tecnológica


El discurso de la autonomía política tiene una extensión natural en la toma de decisiones tecnológicas, aunque esta toma de decisiones a veces es implícita e invisible de cara a las usuarias: ¿apostar por redes federadas? ¿optar más bien por topologías distribuidas? ¿aún a costa de pagar un precio en cuanto a posibilidades de uso y de aprendizaje?. Necesitamos profundizar en algunos detalles técnicos para poder comprender la dimensión política de estas elecciones.


Por sobre todo, las estructuras de propiedad y la gobernanza de las soluciones tecnológicas nos llaman a tener presente y llevar a la práctica la igualdad y autonomía organizativa de las mujeres, una agudeza social que se ve reflejada en la historia de los sindicatos y gremios de obreras. La organización del trabajo bajo el paraguas del cooperativismo es un gran paso en esta dirección, y uno de los ejemplos más sobresalientes es Kéfir, una cooperativa feminista de tecnologías libres para activistas, defensoras de derechos humanos, periodistas, organizaciones sociales, colectivos, y disidentes varias.


Por sobre todo, las estructuras de propiedad y la gobernanza de las soluciones tecnológicas nos llaman a tener presente y llevar a la práctica la igualdad y autonomía organizativa de las mujeres


En el contexto de violencia que vivimos las mujeres en Bolivia y en el mundo, internet y su poder de difusión nos traen la posibilidad de fortalecer nuestro activismo y multiplicar nuestra capacidad de movilización. No tomar una postura política respecto a las herramientas que usamos y ayudamos a construir, es un error estratégico en nuestras tareas de protesta.


Concebir la infraestructura que posibilita nuestras comunicaciones desde el feminismo es un tema que continúa mutando y adquiriendo nuevas profundidades. Nos llama a reflexionar en torno a la gestión y construcción de las capas no visibles de nuestras comunicaciones, y en definitiva nos invita a retomar el sentido educacional y de dignificación que existe en todo proceso de construcción comunitaria y autónoma.

[1] “Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano” escrito por Marshall McLuhan.

[2] “El código es político, los algoritmos son armas matemáticas de destrucción” escrito por Benjamin Cadon en el Volumen 2 del libro “Soberanía tecnológica”

[3] “La memoria del trabajo y la memoria organizativa” escrito por Zulema Lehm y Silvia Rivera en el libro “Los artesanos libertarios y la ética del trabajo”

[4] “The Need for an Appropriate Technology” escrito por E. F. Schumacher en el libro “Small is Beautiful – Economics as if people mattered”.

[5] “La locura del solucionismo tecnológico” escrito por Evgeny Morozov

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