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Si tuviéramos que dibujar un mapa sobre las tecnologías digitales en América Latina, ¿cómo sería ese mapa? El ejercicio no es banal. La misma representación de los mapas es una lucha de poder: quien dibuja es el que establece el marco para la discusión. Y, como en muchas otras representaciones culturales, el mapa sobre tecnologías digitales en esta parte del mundo habla más de las y los que están excluidos que de las personas que se hacen visibles en él.


Así que quizás la pregunta que mejor representa este número de GenderIt es, si tuviéramos que dibujar un mapa, ¿quiénes son las personas y comunidades que están fuera –o al menos incomodan- esa representación? El cuestionamiento es profundamente feminista: busca escudriñar –desde un punto de vista interseccional- las relaciones de poder que dan forma a los sistemas socio-técnicos.


Sí, en primera instancia esta pregunta se trata de acceso. En general, esta discusión se ha entendido como “la falta de acceso a internet y otras tecnologías digitales” de importantes partes de la población latinoamericana, cruzadas en su dimensión de género, clase social, etnia, ruralidad, generación, etcétera. Aquello, qué duda cabe, margina a millones de personas del goce de las tecnologías digitales y del ejercicio de nuestros derechos humanos y derechos económicos, sociales y culturales. De hecho, se trata para muchos de un problema sobre la democracia.


Pero hay que tener cuidado en cómo esa lucha por el acceso no termine en la simple tecno-utopía. En ese determinismo vacío del “las tecnologías digitales son buenas para la sociedad porque sí”. Aquel discurso es profundamente problemático desde una perspectiva feminista y muy útil para las lógicas del control social.


Por un lado, y como ya ha sido comprobado en varios de nuestros países del continente acaso México es el ejemplo más conocido los Estados utilizan las tecnologías digitales como medio para el espionaje a sus ciudadanos y ciudadanas, violando directamente sus derechos humanos y debilitando las ya endebles democracias de nuestros países. ¿A quiénes espían fuera de todo marco legal? Bueno, a toda persona que resista el ejercicio del poder autoritario –y como bien sabemos las feministas- patriarcal. El caso de la comunicadora y radialista mexicana, Jade Ramírez, representa el problema muy bien.


Pero no solo se utiliza el espionaje. Las tácticas para amedrentar a través de las tecnologías digitales incluyen el acoso y las amenazas a todo aquello que se sale de las lógicas del poder patriarcal. La construcción de un espacio hostil, especialmente para mujeres y feministas con fuerte voz pública, es otra forma de violencia hacia las mujeres que se extienden en las plataformas digitales. Cómo esto es un problema de política pública se puede ver, por ejemplo, en los devenires que llevaron a Fundación Karisma de Colombia a lanzar su campaña “Alerta Machitroll”.


Por otro lado, crecientemente, las empresas de tecnología cuantifican nuestras interacciones sociales medidas por la tecnología (Facebook, Google, Twitter, Uber, LinkedIn y un larguísimo etcétera), generado una industria basada en el valor de grandes sets de datos y metadatos que develan quiénes somos (con quién nos comunicamos, qué nos gusta, qué no nos gusta, dónde estamos, cómo nos movemos, etcétera). Como Anita Gurumurthy y Nandini Chami afirman, la expansión de la economía de datos ha alimentado una sociabilidad neoliberal que aprovecha todo para profitar, actos de amor, sexualidad y divergencia incluidos: nuestros comportamientos son transformados en paquetes de datos que son expropiados por intereses privados.


En otras palabras: en el marco socio-económico en el que hoy están concebidas las tecnologías digitales, su acceso, uso e incluso apropiación podrían poner en entredicho nuestras autonomías, subjetividades y colectividades, y las condicionaría a las lógicas de la productividad. Shoshana Zuboff l lo califica como “capitalismo de la vigilancia”, el que tiene por objetivo predecir y modificar el comportamiento humano como un medio para producir ingresos y control de mercado.


En este sentido, el impulso que tanto los Estados como el sector privado le dan a la idea de acceso a las tecnologías digitales, también se puede leer como el impulso de tener más control de las personas. Un disciplinamiento productivo donde ahora todo lo que hagamos y pensamos sirve para que un puñado de empresas profiten y para los Estados nos controlen.


Desde esta perspectiva es interesante revisar cómo hoy, por ejemplo, los Estados -a través de la cooperación público-privada -entregan crecientemente servicios a las personas a través de medios digitales, lo que implica la recolección de datos personales y metadata (todo disfrazo de discursos potentes como “modernización del Estado” o “Smart Cities”). Cuando estos servicios son para las poblaciones más vulnerables, de alguna forma el Estado y los privados involucrados están monetizando también la pobreza. Cuando estos servicios se hacen en países con baja protección de derechos humanos, el problema se agrava.


Y es en este panorama donde las resistencias se hacen aún relevantes y donde las perspectivas feministas vuelven a torcer y hackear el mapa de las tecnologías en América Latina. El uso estratégico de redes sociales por movimientos de mujeres como el representado por “Ni Una Menos” en Argentina, nos hace ilusionarnos y preguntarnos, como María Florencia Alcaraz afirma, “si la cuarta ola del feminismo se monta en esta alianza entre tecnología, redes sociales y cuerpos en las calles”. Y es que quizás aquella sea la única respuesta en un mundo tecnológico plagado de lógicas de control patriarcal que tan bien se han adaptado en las sociedades de nuestros países: auto-organización y resistencia feminista. Como las compañeras de enRedadas en Nicaragua afirman, el ciberfeminismo, más que una teoría, es también una herramienta de acción política.


Si tuviéramos que dibujar un mapa feminista sobre las tecnologías digitales en América Latina, ¿cómo sería ese mapa? Esa representación se está escribiendo hoy en cada rincón del continente, diseñando y ejecutando estrategias de resistencia, politizando lo que se nos presenta como bueno, natural y deseable. Esta edición de GenderIt es solo una pequeña muestra de aquello.

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