El trabajo vinculado con la vigilancia sexual y la tarea de escribir sobre el tema suscita a veces una – productiva - perplejidad en cuanto al significado exacto de la expresión. Las preguntas que surgen suelen ser variaciones de estos ejemplos:

¿Qué es vigilancia sexual?
¿Qué tiene que ver la sexualidad con la vigilancia?
Estamos todos y todas sometidos a vigilancia, entonces ¿por qué tener en cuenta
◻ el sexo
◻ elgénero
◻ la raza
◻ la categoría de diferenciación elegida?

Aunque parezca fácil desestimar lo anterior incluyéndolo en la amplia categoría de WATM (¿qué pasa con los hombres?), el núcleo de todas estas preguntas revela el deseo de muchos/as de contar con una definición precisa, algo que sirva para delimitar la vigilancia sexual como una “cosa” en sí misma. Sin embargo, el peligro de satisfacer ese deseo sería fomentar la idea de que todo lo externo a ese marco específico, no es vigilancia sexual.

La vigilancia sexual, como ya habrás adivinado, no se reduce meramente a una instancia específica en la que algo “x” le sucede a “y” (por ejemplo, cuando los hombres vigilan a las mujeres). Por el contrario, la expresión “vigilancia sexual” funciona como un atajo para referirnos a un conjunto de modos interdependientes de vigilancia de género, sexual y racial, junto con todos sus efectos.

Así, repentinamente, la última pregunta se ha vuelto sumamente útil porque impulsa a pensar en todos los tipos de interseccionalidad relevantes para la vigilancia.

La vigilancia sexual ocurre, potencialmente, en cualquier lugar donde generalmente haya vigilancia – ya sea vigilancia masiva, o dirigida, por parte de actores estatales; vigilancia corporativa con fines de marketing; o vigilancia por parte de pares, como familia, cónyuges, amigos/as, o extraños que se vigilan entre sí.

¿Quién vigila?

A veces, se trata de hombres vigilando mujeres. A fin de cuentas, durante mucho tiempo la vigilancia ha sido una poderosa herramienta patriarcal para controlar el cuerpo y la sexualidad de las mujeres. El acoso en línea y otras formas de violencia sexualizada suelen basarse directamente en prácticas y tecnologías de vigilancia. El vínculo existente entre vigilancia y violencia hacia las mujeres es suficiente para pensar en la vigilancia como una forma de violencia en sí misma.

La vigilancia sexual ocurre, potencialmente, en cualquier lugar donde haya vigilancia

Pero reducir el concepto de vigilancia sexual a las instancias en las que la sexualidad de una persona (o incluso de un grupo de personas) se ve sometida a vigilancia implica pasar por alto el amplio espectro de consecuencias sexistas, racistas, o transfóbicas que tienen las prácticas de vigilancia.

Existen numerosas tecnologías de vigilancia diseñadas, por ejemplo, para privilegiar determinados cuerpos sobre otros (sobre todo blancos, masculinos, sin discapacidades y definitivamente sexistas):

Software de reconocimiento de voz para detectar voces que no sean de hombres, o que no sean de hablantes nativos/as.

Software de reconocimiento facial que tiene problemas con los rostros que no son blancos

Tecnología de imagen de cuerpo entero, para distinguir cuerpos no normativos, por ejemplo, cuerpos genderqueer (género no binario), o cuerpos con discapacidades, a fin de multiplicar la vigilancia y el acoso.

La historia de la tecnología del cine en color, que hasta hace poco no servía para procesar con buena calidad los tonos de piel más oscuros.

Tecnologías biométricas que suelen fracasar mucho más a menudo con las mujeres, las personas de color, los cuerpos con capacidades diferentes, mientras a la vez, los Estados las utilizan para rastrear y controlar a grupos marginalizados, tales como refugiados y/o personas que reciben apoyo estatal.

Esta lista, aunque incompleta, alcanza para mostrar que las tecnologías creadas sin intención de ser discriminatorias pueden tener resultados sexistas, racistas, transfóbicos y anti personas con capacidades diferentes que reproducen fobias sociales y crean aún más desventajas para las personas que ya han sido desproporcionadamente marginadas.

Vigilancia y violencia sexual

Por lo tanto, hay que preguntar qué hace la violencia sexual, además de inquirir de qué se trata. El objetivo de pensar la vigilancia sexual en relación a las consecuencias sexistas y racistas de dichas prácticas es mantener el foco en las relaciones de poder involucradas: la vigilancia afecta sobre todo a las personas no blancas, las personas no convencionales en cuanto al género, y a las personas con capacidades diferentes y otros sectores marginados.

El trabajo feminista en el área de vigilancia, enfocado en las intersecciones entre género, raza, sexualidad y vigilancia, nos recuerda también que no sólo las prácticas que se asocian normalmente a la vigilancia – como CCTV, interceptación de las comunicaciones, inteligencia de señales y registro aéreo de imágenes/video – requieren atención.

La vigilancia afecta sobre todo a las personas no blancas, las personas no convencionales en cuanto al género, y a las personas con capacidades diferentes, además de otros sectores marginados

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Ciertas medidas de salud pública, pruebas de fertilidad y partidas de nacimiento, interacciones en las redes sociales, rastreadores de salud y estado físico, o aplicaciones y tests de menstruación y embarazo pueden servir para ejercer vigilancia sexual. A fin de ampliar aún más el marco, se puede decir que muchas formas de control de género y vigilancia sexual sugieren importantes continuidades históricas, visibles en el vínculo existente entre las prácticas contemporáneas de vigilancia y la raza, el género y la sexualidad.

La vigilancia patriarcal de las mujeres, por ejemplo, adquiere nuevas dimensiones a raíz de nuevas aplicaciones y plataformas diseñadas, o readaptadas para permitir el rastreo (léase acoso) por parte de la familia, los/as amigos/as y personas conocidas. Y las conexiones existentes entre el orden colonial, sus maneras de ver/mirar, conseguir y gestionar información a fin de controlar poblaciones, así como las múltiples y complejas maneras en las que género, raza, clase y sexualidad han ido configurando el colonialismo están bien documentadas.

Estas historias no se limitan al pasado. Browne ha establecido intrincadas conexiones entre las tecnologías contemporáneas de vigilancia y los métodos utilizados históricamente en la vigilancia y control de esclavos y esclavas.

Este tipo de continuidades se manifiesta muy claramente en las caracterizaciones raciales basadas en mecanismos de vigilancia diseñados para el rastreo de personas de color. Las mujeres negras, en particular, pueden atestiguar lo común que es el monitoreo abusivo por parte de las fuerzas policiales, los y las agentes de los medios y las comunidades en línea. Dicho monitoreo se basa en valores culturales de larga data que se han generalizado en los espacios digitales contemporáneos.

Las decisiones sobre los y las inmigrantes dependían de la imaginación racista, sexista y sexualizada de los funcionarios de los puestos fronterizos

Los y las inmigrantes también tienen su legado histórico en las modalidades de vigilancia sexual que existe dentro de las fronteras nacionales. Las primeras leyes contra el tráfico de personas en Estados Unidos, en vigor desde principios del siglo XX, por ejemplo, fueron resultado de la vigilancia sexual racista y clasista de las trabajadoras sexuales chinas.

Como señala Pliley, las decisiones sobre los y las inmigrantes dependían de la imaginación racista, sexista y sexualizada de los funcionarios de los puestos fronterizos, así como de su “lectura moral del cuerpo de las mujeres, que reflejaba suposiciones de clase: atuendo, apariencia e higiene”. Los registros pueden haber cambiado de varias formas, pero el control sexualizado de las fronteras sigue intacto.

Buen ejemplo de ello es el trato recibido últimamente por solicitantes queer de asilo en la frontera británica. Hasta 2010, la mayoría de las solicitudes de asilo por parte de personas queer eran rechazadas con la recomendación de que cada solicitante regresara a su país, muchas veces hostil a las personas queer, y simplemente escondiera su sexualidad. Hoy, esto ya no es admisible (por suerte).

Sin embargo, sucede que cuando una persona queer solicita asilo debe enfrentar la actitud de incredulidad del/a funcionario/a de turno en la frontera y se ve obligada a “demostrar” su sexualidad mediante fotos o videos de su vida sexual, o sometiéndose a cuestionarios increíblemente invasivos e inhumanos.

Tecnología para controlar y demostrar poder

A modo de conclusión, por supuesto que todo el mundo está bajo vigilancia y, de hecho, esto sucede a un nivel sin precedentes. Por eso mismo, hay que pensar seriamente en cómo se ven afectados los distintos grupos de personas por los diversos tipos de vigilancia (quién vigila, a quién, con qué finalidad), y conocer los diferentes espacios y lugares bajo vigilancia, así como las diversas tecnologías de vigilancia.

Más que establecer una definición concisa sobre qué es y qué no es vigilancia sexual, resulta urgente pensar que se trata de una herramienta para mantener ciertas continuidades de sexismo, racismo y sexualización en las prácticas de vigilancia, al igual que en las relaciones de poder que las sustentan. Los diferentes efectos que tienen sobre diversos grupos de personas están claramente dentro de este marco.

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