No hablamos mucho sobre anonimato. En la versión que más nos gusta se trata de un juego donde podemos elegir múltiples identidades para aparecer y desaparecer en la red, a nuestro gusto. Se trata de expresarnos sin ser juzgadas. Algunas, en cambio, lo consideran una amenaza y otras lo consideran necesario para la navegación segura. Entre todas estas versiones estamos nosotras, las usuarias que no sabemos y no creemos del todo lo que nos dicen.

De una parte, el anonimato como herramienta para encubrir delitos, obstruir las investigaciones judiciales y garantizar la impunidad; toda una amenaza, especialmente para nosotras si se trata de violencia en línea. De otra parte, el anonimato para protegernos del acoso por parte de otros usuarios, de la publicidad en línea, el perfilamiento y el monitoreo estatal; toda una estrategia para habitar internet de otra manera, posiblemente más tranquila.

Y en el centro nosotras, revisando manuales, instalando herramientas y convenciéndonos de que estaremos más seguras cuando nos acostumbremos a utilizarlas y las utilicemos bien. Todo un camino por recorrer, que nos implica entender por qué y para qué el anonimato, cómo funciona la identificación en internet y en general en las computadoras.

Digamos que no es un asunto tan sencillo. Primero, porque nos cuesta entender al mundo a partir de binarios: bueno/malo, negro/blanco, hombre/mujer y de ahí en adelante. Segundo, porque estamos aprendiendo cómo es que funciona la vida digital, que en definitiva se reduce a ceros y unos. Hablar de anonimato en internet nos obliga a recorrer sus distintas capas, porque no es lo mismo ser anónimas en medio de una multitud en la calle, que serlo mientras navegamos internet buscando conectarnos con amigas en otras latitudes.

Ser valoradas por lo que hacemos y decimos

Sabemos que en el pasado -y también en el presente- muchas mujeres pudieron expresarse sin miedo bajo la protección del decir ‘anónimo’ y de los pseudónimos masculinos. Así pudieron hablar de temas prohibidos y pudieron ser valoradas por lo que hacían y decían más que por lo que eran… Así, las mujeres han estado allí siempre, imaginando, pensando y haciendo aunque la sociedad no las reconozca. Y ese ‘estar siempre’ se lo debemos, en parte, a los beneficios del anonimato.

Pasa, sin embargo, que desde hace tiempo nuestra visibilidad y nuestras voces han tomado otra importancia. Sabernos distintas y reclamar nuestra existencia en la diferencia nos ha permitido entender el feminismo también desde la interseccionalidad: así como lo humano no es todo igual, las mujeres no somos todas iguales.

Reconocernos y hermanarnos desde nuestras diferencias también nos ha fortalecido, pero implica preguntarnos: con todo lo que hemos ganado para ser reconocidas, ¿por qué querríamos hoy día estar protegidas por el anonimato? Entonces debemos sumergirnos una capa más abajo de la vida social en tiempos de internet y explorar cómo se gestionan nuestras identidades en los sistemas imformáticos.

Sabernos distintas y reclamar nuestra existencia en la diferencia nos ha permitido entender el feminismo también desde la interseccionalidad: así como lo humano no es todo igual, las mujeres no somos todas iguales.

Por eso, compartimos con ustedes preguntas que nos han hecho otras amigas, en muy distintos espacios, y que hemos debido responder, unas veces a la deriva, otras veces con las herramientas que nos ofrecen los documentos y manuales que consultamos, así como nuestras propias experiencias. No son respuestas certeras ni únicas, pero quizás sirvan para ser complementadas, ajustadas, refutadas, repensadas, remixeadas o lo que sea que pueda seguir pasando. Aquí van,

 

Si navego anónimanente, ¿ya no voy a recibir recomendaciones de música, a partir de la que escucho?

Depende del nivel de anonimato que alcances en tu navegación. Para recibir recomendaciones de música, la plataforma que utilices se basará, idealmente, en tu historial de actividad, es decir la música que has escuchado, la música que has vuelto a escuchar, las listas de reproducción que has construido, las bandas, canciones y artistas que has indicado como favoritas. Plataformas populares pueden hacer esto a través de tu suscripción por pago, de tu perfil o simplemente de las cookies alojadas en tu navegador, aunque no utilices la plataforma con tu perfil.

Tradicionalmente, el término ‘navegación anónima’ se ha referido más a ocultar la ubicación de tu conexión, algo que permiten herramientas como Tor y TAILS. Pero tu ubicación se oculta, por ejemplo, para la empresa que te presta el servicio de internet, no necesariamente para tu computadora ni para el navegador que usas (a menos que hagas algunos ajustes que te permitan borrar el historial de navegación y las cookies). Y por supuesto, siempre que entres con tu perfil de usuaria, la plataforma que sea sabrá que eres tú (no necesariamente la misma que eres en físico o en tu identidad legal, más bien) la misma que se conecta siempre con ese mismo perfil.

 

¿Quién asume la responsabiliDad de las cosas dichas y hechas de manera anónima en internet?

Como dicen las abuelas, ‘entre gustos no hay disgustos’. Probablemente, si lo que quieres es acceder a contenidos que te interesen, no tienes porqué asumir una responsabilidad concreta. Pero si hablamos de participación ciudadana en la construcción de gobiernos abiertos y transparentes, ¿de qué sirve proponer acciones si no se puede hacer seguimiento?

De manera muy similar a como funciona la identidad legal, los gobiernos en línea buscan abrir y garantizar a la ciudadanía mayor interacción y eficiencia. Para eso, esperan contar con ciudadanos y ciudadanas activas, que participen con fines constructivos y no que ocupen los recursos digitales sin objetivos concretos. Esto se logra, como con la música, a través de la creación de perfiles, pero requiere de mucho cuidado de parte de los gobiernos, tanto en el manejo como en el buen resguardo de los datos de la ciudadanía.

Sin embargo, es muy distinto cuando los gobiernos quieren controlar el uso de herramientas para el anonimato o quieren disponer de la mayor cantidad de información sobre nuestras comunicaciones, en caso de que algún día debamos algo a la ley y entonces sea más sencillo acceder a las evidencias que puedan inculparnos o, con suerte, liberarnos de culpa. Eso puede significar registro de celulares o de números telefónicos -sim cards- en el territorio nacional, obligaciones a las empresas de internet de almacenar datos de comunicaciones por largos periodos de tiempo y permitir a la justicia el acceso a estos en casos específicos. ¿Cómo saber hasta dónde estas medidas de registro, monitoreo e identificación son necesarias y respetuosas de nuestra privacidad?

 

Si se nos advierte que el anonimato puede ser utilizado para fines condenables, ¿quién define si lo que hago en internet está bien o está mal?

O podemos preguntar, ¿acaso la infraestructura de internet puede definir qué información o qué acciones en internet son condenables? Hablar del derecho al anonimato en internet implica partir de que los sistemas informáticos no cumplan esa función y en consecuencia, limiten al máximo su capacidad de acceder a ella. Cómo lograrlo es algo que, por ahora, entienden las personas más expertas en el diseño y mantenimiento de sistemas informáticos. Para nosotras, como usuarias, es importante poder decidir qué información sobre nuestras actividades en la red es registrada y almacenada.

Eso tiene que ver con nuestros derechos a la privacidad, en tanto podemos decidir qué guardamos para nosotras, qué compartimos con alguien más -y con quién no- y qué hacemos público.

Posiblemente, para nosotras es claro saber la diferencia entre enviar un mensaje privado o hacer una publicación en una red social pero, ¿qué sabemos sobre los metadatos, es decir sobre los momentos en que nos conectamos, los contactos con quienes nos comunicamos, los lugares, horas y personas con quienes nos tomamos fotos, las maneras como las almacenamos, con quiénes las compartimos, qué tanto preferimos escribir o grabar audios o videos? Toda esta información, y mucha otra, que no estamos contabilizando conscientemente, también está siendo registrada, almacenada y analizada.

Eso tiene que ver con nuestros derechos a la privacidad, en tanto podemos decidir qué guardamos para nosotras, qué compartimos con alguien más -y con quién no- y qué hacemos público.

Además, tiene que ver con nuestro derecho a la libertad de expresión, de opinión y de reunión. Al no saber que alguien más -sea máquina, persona, empresa o gobierno- puede acceder a la información que compartimos en internet, simplemente la compartimos sin nigún tipo de cuidado (como si estuviéramos a solas en la tranquilidad de nuestra habitación) y esto es problemático porque quiere decir que no estamos tomando una decisión consciente e informada sobre lo que hacemos con nuestra propia información. Pero si, en cambio, sabemos que la información está siendo almacenada y que en cualquier momento, y por cualquier circunstancia, puede ser revisada por alguien más, entonces comenzaremos a limitar el uso que hacemos de internet, para comunicarnos, divulgar, buscar, ver o escuchar contenidos.

Limitar nuestro uso de internet puede ser una forma de censura (por ejemplo, dejar de hablar de un tema o dejar de acceder a un contenido por miedo a ser descubiertas haciéndolo), pero también puede ser una decisión tomada como resultado de una reflexión y un análisis del propio contexto. Este último escenario es el ideal para nosotras, si se trata de un ejercicio libre y voluntario, pero no es lo que solemos hacer. Aunque hacia allá vamos.

 

Si no contamos con conocimientos y habilidades técnicas, ¿podemos gozar de anonimato en internet?

La Organización de Naciones Unidas (ONU) se ha pronunciado dos veces (en 2015 y en 2018) sobre la necesidad de anonimato en la navegación y cifrado en la información que compartimos en internet, para garantizar los derechos a la privacidad y la libertad de expresión y de opinión. Hoy en día, este es un derecho que se adquiere -aunque no del todo- a través del uso de herramientas técnicas, algunas muy sencillas y accesibles, otras muy complejas y restringidas.

De acuerdo con la ONU, las empresas deberían garantizar el anonimato y el cifrado, mientras que los estados deberían reconocer estos derechos, limitar al máximo el registro y almacenamiento de información que permita relacionar la identifidad legal de personas con su actividad en línea, y apoyarse en herramientas legales -no informáticas- para el acceso a la información sobre navegación o contenidos específicos, en el marco, por ejemplo, de investigaciones judiciales.

Es necesario que más personas exijamos nuestro derecho a navegar anónimas y a proteger nuestra información del acceso por parte de terceros. Para nosotras también es muy importante buscar cada vez más espacios para hablar sobre cómo cuidamos, buscamos y respetamos colectivamente el anonimato, porque así como todo en internet está conectado, si bien el anonimato se puede alcanzar de individualmente, toda la información que producimos y compartimos en línea nos conecta, necesariamente, con nuestra red de contactos, familiares, amigas y de más. En este camino, además, queremos que en un futuro no muy lejano, la privacidad y el anonimato estén presentes en el diseño mismo de las tecnologías de información y comunicación.

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Si quieres indagar más sobre anonimato en internet, te recomendamos Que no quede huella, que no que no, un antimanual que algunas de nosotras escribimos hace poco, junto con otras maravillosas amigas. También te recomendamos escuchar los capítulos sobre navegación anónima con Tor y sobre Tails: el sistema operativo con amnesia, de El Desarmador. ¡Buen provecho!

 

Artículo publicado originalmente en el sitio de Ciberseguras

Foto: Pulso Social

 

 

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