Una artesana trabajando con hilados

Una mujer de Marrecas realizando trabajo artesanal. Foto proporcionada por Aline Lima.

GenderIT y Locnet invitaron a mujeres que trabajan en redes de internet comunitaria a compartir sus experiencias y reflexiones sobre la importancia de la comunicación significativa en sus comunidades físicas y digitales en tiempos de COVID-19.

Conociendo la Comunidad de Marrecas

Conocí el concepto de redes comunitarias en 2019 y a partir de ese entonces, colaboré con IBEBrasil en el proyecto para ampliar los puntos de acceso a internet en la comunidad de Marrecas, un distrito rural cerca de la costa en Campos dos Goyatacazes, Río de Janeiro. Se encuentra a 733,10 km de San Pablo, donde vivo.

Marrecas es una comunidad marcada por la esclavitud en las fincas de caña de azúcar y los ingenios agrícolas, que al terminar sus actividades a causa de la extracción de petróleo en la Cuenca de Campos, dejando un legado de trabajadores rurales desatendidos. Sin formación profesional para trabajar en las plataformas de extracción, la mano de obra especializada migró de la capital de Río de Janeiro a los distritos vecinos, como el Farol de São Tomé donde se instaló el helipuerto con acceso a la plataforma de extracción. En Açu, otro distrito vecino, se instaló el puerto industrial más grande de América Latina, provocando diversos impactos ambientales y sociales en todos los distritos de la región costera.

Marrecas es una comunidad marcada por la esclavitud en las fincas de caña de azúcar y los ingenios agrícolas, que al terminar sus actividades a causa de la extracción de petróleo en la Cuenca de Campos, dejando un legado de trabajadores rurales desatendidos.

Con un alto grado de analfabetismo, unos pocos residentes trabajan en el puerto industrial como trabajadores subcontratados y con bajos salarios, y otros en servicios públicos con la influencia de políticos y sin sus derechos laborales.

Marrecas no tiene infraestructura, el agua es de pozo, el alcantarillado es un fosa, el transporte público es escaso. La educación está garantizada por una sola escuela para todas las edades.

La pandemia de Covid-19


Antena comunitaria de Marrancas. Foto provista por Aline Lima.

La pandemia de Covid-19 trajo más aislamiento a Marrecas. En términos de contagio, no se nos notificó ningún caso fatal. Sin embargo, las dificultades financieras empeoraron. Los productores de hortalizas y frutas de la región despidieron a los pocos trabajadores rurales. Los autónomos, como vendedores ambulantes, albañiles, jornaleros, se vieron obligados a trasladarse a los centros, exponiéndose al contagio en trabajos informales y mal remunerados.

La asistencia de emergencia del gobierno no incluyó a la comunidad, la cual, debido a su informalidad, no fue incluida en los registros gubernamentales. Ante el reto de mantener el sustento del hogar, agravado por el Covid-19, tenemos a las mujeres que realizan la labor de cuidado. Esta labor provee toda la estructura para que sea posible el trabajo remunerado entre los miembros de la familia: ropa limpia, crianza de los hijos, comida lista, casa ordenada.

El escenario de Marrecas refleja el machismo estructural en Brasil. Según una investigación del Instituto Brasileño de Investigaciones Económicas Aplicadas (Ipea) realizada en 2018, las mujeres dedican 10 horas más a la semana al hogar que los hombres, ya sea en la artesanía, como jornaleras, trabajadoras del hogar, cuidando de la huerta, etc. Este dato refuerza otra realidad para las mujeres: la doble jornada laboral. La artesanía, que era el momento para las conversaciones, los intercambios de saberes y conocimientos, se ha convertido en un complemento de los ingresos familiares.

El escenario de Marrecas refleja el machismo estructural en Brasil. Según una investigación del Instituto Brasileño de Investigaciones Económicas Aplicadas (Ipea) realizada en 2018, las mujeres dedican 10 horas más a la semana al hogar que los hombres, ya sea en la artesanía, como jornaleras, trabajadoras del hogar, cuidando de la huerta, etc.

Las barreras sanitarias nos impidieron viajar a Marrecas para continuar el trabajo de la red comunitaria. Apenas funcionan los servicios de mantenimiento y emergencia. Con la distancia, y como no había tiempo para que mantuviéramos lazos fuertes, los contactos que teníamos se fueron debilitando. Las mujeres estaban muy ocupadas y no tenían la energía ni los conocimientos técnicos para reuniones remotas. Con cada intento de contacto nos dimos cuenta de que era como si estuviéramos dando órdenes o molestando. Elegimos realizar las reuniones en persona, cuando se acabaran el aislamiento social y las barreras sanitarias.

Algunas historias

A finales de 2019 mi compañero y yo compramos una casa en Marrecas. Los muros bajos, los árboles frutales en toda la comunidad, los niños en la calle y los huertos familiares, nos trajeron una resignificación de la calidad de vida en relación a la vida urbana de la capital, San Pablo.

Hubo una situación en la que una de las jóvenes afirmó no haber sufrido nunca el machismo. Cuando la niña se inscribió en uno de los talleres y no se presentó, fuimos a ver qué pasaba. Cuando la niña llegó a su casa, nos dijo que primero tendría que hacer las tareas del hogar y luego iría al taller, y que el servicio se había duplicado por las visitas de sus primos. Los hermanos y primos, fueron al taller.

En un período previo a la compra de la casa, mi pareja y yo nos quedamos como huéspedes de una familia compuesta por una pareja que trabaja fuera y una hija en edad escolar. Por la mañana realizamos las tareas del hogar y por la tarde los trabajos relacionados con la red comunitaria. Decidimos preparar la cena y cuando la mujer que nos acogió nos vio en la cocina, quedó muy sorprendida de que mi pareja estuviera haciendo las tareas del hogar y declaró que esto era imposible en su caso, que su marido nunca hacía ninguna tarea, ni siquiera juntos. Varias otras situaciones similares, como cuando nos vieron limpiando y lavando ropa juntos, resonaron mucho. Algunos decían que ese era el privilegio de la gente de la gran ciudad, pero que la modernidad no había llegado allí.

En los talleres de redes comunitarias la participación femenina siempre fue muy baja. Las mujeres solo eran mayoría cuando había fiestas, porque eran las que preparaban las comidas y la decoración y hacían la limpieza al final. En cada encuentro, yo, como mujer, me pongo en el lugar de esas mujeres que desconocen el potencial que tienen —y que va mucho más allá de las domésticas— por falta de disponibilidad. Como mujer, fui educada y condicionada para priorizar las tareas domésticas a diferencia de mis hermanos varones. Datos de la Encuesta Nacional PNAD por Muestra de Hogares confirman la perpetuación de este patrón, que no se modifica. Mientras que solo el 62% de los hombres cocina y lava platos, el 93,5% de las mujeres hace el trabajo doméstico. En el cuidado de la ropa, lo hace el 91,2% de las mujeres, mientras que solo el 54,6% de los hombres.

En los talleres de redes comunitarias la participación femenina siempre fue muy baja. Las mujeres solo eran mayoría cuando había fiestas, porque eran las que preparaban las comidas y la decoración y hacían la limpieza al final.

El cuidado como trabajo de mujer

La ejecución de trabajos no remunerados y sin visibilidad, fue fundamental para el desarrollo del capitalismo. Consideramos el cuidado como trabajo, y no solo desde la perspectiva de la explotación, sino también desde la configuración de clase y raza, y desde la comprensión de la Ética del cuidado.

El trabajo de cuidados muestra una contradicción en las narrativas impuestas por el capitalismo. Al mismo tiempo que en los últimos años el mercado laboral ha creado una mayor apertura para la participación de las mujeres, seguimos encargándonos del rol exclusivo de cuidar del hogar y los niños. “Si mi esposa trabaja, ¿quién va a limpiar la casa y prepararme la cena?” “¿Quien carga con la responsabilidad de cuidar de los hijos cuando usted venga a trabajar si no es la mujer?” Estas preguntas nunca se les hacen a los hombres. Según un estudio de la Organización para la Cooperación al Desarrollo Económico (OCDE) el salario promedio de una mujer brasileña con educación superior representa el 62% de la de un hombre con la misma educación. Aun así, las funciones normalmente asignadas a las mujeres en el mercado laboral continúan siendo las de cuidado, lejos de las funciones de liderazgo que, cuando logran cumplir, cuentan con salarios más bajos que los hombres con la misma función.

El trabajo de cuidados muestra una contradicción en las narrativas impuestas por el capitalismo. Al mismo tiempo que en los últimos años el mercado laboral ha creado una mayor apertura para la participación de las mujeres, seguimos encargándonos del rol exclusivo de cuidar del hogar y los niños.

Uno de los agravantes sociales es que vemos con naturalidad la conducta de los hombres que no asumen la paternidad, pero no así el abandono materno. Según una encuesta Centro Nacional de Información del Registro Civil Brasileño (CRC), 80,904 de los niños registrados en las oficinas de registro en Brasil en 2020 tienen solo los apellidos de las madres en los certificados de nacimiento, de un total de 1,280,514.

La importancia de la comunicación


Jóvenes en telecentro de Marrecas. Foto provista por Aline Lima.

El rescate de las historias de las mujeres debe considerarse urgentemente en todos los tiempos y espacios posibles. La comunicación de sus necesidades, expectativas y deseos debe ser discutida y presentada mucho más allá de las discusiones propuestas por los principales medios de comunicación, que afirman que el lugar natural de la mujer está en el cuidado de la familia y el hogar, y no el mercado laboral, en política, estudiando o emprendiendo.

Las políticas públicas hacen poco para paliar los desafíos impuestos a las mujeres, especialmente a las que son jefas de hogar. En este sentido, hubo varias propuestas legislativas en Brasil: para que el trabajo doméstico y de cuidados sea incluido en el PIB brasileño, para la ampliación de la licencia maternal y para dotar de guarderías a empresas de más de 100 empleados. Ninguno de estos proyectos ha sido aprobado o evaluado adecuadamente.

En el contexto de las redes comunitarias, es importante promover espacios colaborativos y exclusivos para las mujeres donde puedan compartir su dolor, aflicciones, conocimientos, alegrías y logros com intimidad y seguridad, para que juntas puedan fortalecerse. Para que todas las mujeres se sientan acogidas y pertenecientes a la comunidad es importante la aplicación de los principios de comunicación colaborativa propuestos por Ana Alves en estos espacios: "las organizaciones verdaderamente sostenibles tienen miembros que apoyan, comprenden el significado de la sostenibilidad y la experimentan, y estos significados se construyen a través de la palabra hablada, por lo que el diálogo es fundamental para que se produzca la comunicación colaborativa”.

Existen varias metodologías activas para lograr la comunicación colaborativa, pero entre las prácticas presentes en las comunidades, que surgen con mayor frecuencia de forma orgánica e intuitiva, están los círculos de conversaciones entre mujeres. Es donde podemos escuchar y captar los dolores, las alegrías y juntos crear soluciones a los problemas que enfrentamos para lograr protagonismo en las redes comunitarias. Los círculos de conversación son prácticas sin jerarquías, con facilitadores que posibilitan los diálogos para propuestas prácticas y con la colaboración de todas, construyendo algo nuevo y que contemplan los deseos de todas.

Existen varias metodologías activas para lograr la comunicación colaborativa, pero entre las prácticas presentes en las comunidades, que surgen con mayor frecuencia de forma orgánica e intuitiva, están los círculos de conversaciones entre mujeres.

Redes comunitarias que conectan a mujeres urbanas y rurales

Las experiencias que he vivido en la comunidad de Marrecas y sus alrededores manifiestan la importancia de los diálogos entre culturas diversas y son un punto focal a partir del cual pueden desarrollarse.

La comunicación colaborativa brinda momentos de escucha y construcción de nuevas formas de relacionarse en temas sensibles para las mujeres, que exigen una mirada feminista que conlleva la igualdad de género. Sus métodos, actividades y prácticas propician el protagonismo de las mujeres en las redes comunitarias, y van mucho más allá de las comunicaciones y el conocimiento técnico, siendo una forma natural de involucrarse en cualquier actividad que suscite interés.

La Ética del Cuidado muestra que no existe distinción entre géneros en la forma de ver y vivir el cuidado, pero que de manera tradicional se ha ido perpetuando la desigualdad, incluso ante los cambios sociales. El trabajo reproductivo, el embarazo, el parto y la lactancia, así como el conjunto de atenciones y cuidados necesarios para el sustento de la vida y la supervivencia humana, deben ser reconocidos económica y socialmente para que se produzca un cambio estructural, como lo afirma Silvia Federici en su entrevista “Capitalismo, reproducción y cuarentena”:

"Una lucha que conecta a las mujeres de las zonas urbanas y rurales para crear nuevas estructuras, nuevos lazos de solidaridad, nuevas formas de reproducción. Siempre inspirada en el concepto de que la reproducción de la vida, el propósito de la sociedad, debe ser el bienestar, el buen vivir, no el beneficio privado ". — Silvia Federici

Las redes comunitarias, más que una infraestructura para compartir internet, son ante todo una red de personas, que promueve la autonomía de la comunidad y sus individuos, garantizándoles el derecho a la comunicación y la libertad de expresión. Sin embargo, para promover el bienestar y el buen vivir, es necesario respetar el conocimiento y la cultura locales, al tiempo que se garantiza el respeto por la diversidad y la igualdad para todos.

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